Escribo esta columna 48 horas antes de conocer el nombre del nuevo presidente de la República. En la víspera de la decisión ciudadana se siente la urgencia de recobrar una agenda que apunte a la superación de las diferentes crisis que se han venido acumulando y cuya solución no será posible si se perpetúa la excesiva polarización que afecta a la nación. El mensaje ciudadano, dos veces manifestado en los comicios de Congreso y en la primera vuelta presidencial, expresa sin ambages la necesidad de un gran acuerdo nacional para tramitar y aprobar las reformas que permitan la reingeniería de las instituciones, la depuración de las prácticas clientelistas, la erradicación de la corrupción, la recuperación de la austeridad y eficiencia de la acción gubernamental y la disciplina necesaria para convertirlas en realidades.
A ello se suman las amenazas que se ciernen sobre la integridad de nuestro mar territorial y las que desafían la seguridad nacional con la presencia de las mafias mejicanas extendiendo su financiación y dominio sobre las extensas áreas de cultivos de coca en el pacífico colombiano. Y por último, una paz maltrecha, divisiva, porque impuesta contra la voluntad de la ciudadanía, y refrendada con procedimientos ilegítimos, hoy en vilo por los incumplimientos de quienes la pactaron y confrontada al reto de nuevas violencias en una ruralidad que clama por seguridad y productividad. La paz para consolidarse necesita los sólidos cimientos de un acuerdo nacional que le aporte la legitimidad de la que hasta hoy ha carecido.
Es imperativo definir nuevos conceptos, señalar nuevas metas, impulsar nuevas políticas y construir nuevos consensos. Para ello se debe contar con instrumentos de gobernabilidad que requerirán la reconversión de las organizaciones políticas en colectividades que prioricen los intereses nacionales sobre los particulares apetitos de sus dirigentes. Su fortalecimiento resulta indispensable para una democracia vigorosa y sostenible que cierre las puertas a las aventuras populistas que hoy padecen algunas naciones latinoamericanas.
El éxito del nuevo gobierno dependerá de su capacidad de formulación, conducción y ejecución de las reformas que fortalezcan un régimen de libertades y emprendimiento. Los estímulos a la inversión y el empleo, al saber y la cultura, a la seguridad y convivencia, al respeto de la propiedad y de la iniciativa privada, al fortalecimiento de la familia y a la promoción de la mujer, harán posible una sociedad más justa, solidaria y creativa, a la que aspiramos la inmensa mayoría de colombianos.
El domingo 17 Colombia habrá decidido si apostamos al porvenir o a adoptar un modelo de sociedad que derivó en represión, muerte y miseria para los países que la padecieron. Si lo primero, una nueva generación asumirá sus responsabilidades con la nación.