Hay un cuento de Borges en el que unos aspirantes a ser admitidos como brujos, son sometidos a una prueba final que consistía en adivinar si serian admitidos o rechazados.
El asunto claro está es que no es posible prever el porvenir y los exponían a adivinar esa cruel paradoja. Uno de los aspirantes más listos respondió que sería rechazado. Es decir, les devolvió el dilema irresoluble para que fuesen ellos mismos los embromados. Si lo rechazaban entonces el aspirante podría decir que en efecto había adivinado. Pero si lo admitían, este habría entrado fallando en la predicción. El actual ministro de Hacienda de Colombia ha preferido adivinar el pasado para no caer en esos albures. Ha dicho que los restaurantes ya no tendrán que pagar impuestos de valor agregado a sus ventas, lo cual es una atractiva oferta por cuanto ¡esos restaurantes están cerrados desde hace meses…!
Pero el mismo ministro había llevado a cabo una oficiosa Reforma Tributaria que al entender de su caletre sería una base sólida para enfrentar el año 2020. En ella castigó de forma sustancial el renglón de la salud, y tras esa epifanía ¡se desató el coronavirus!
No es mala voluntad la suya. Pero como otros de su oficio, está atrapado en una mentalidad newtoniana, en un universo que se comporta según los términos de Einstein o en los del caos de la cuántica en la que no podemos acertar con base en cifras pasadas, lo que ocurrirá. Ya no es “racional” hacer esas extrapolaciones como rieles de ferrovía y afirmar que por ahí pasara el tren futuro. Ya no se puede ignorar que el destino es apenas el seudónimo del azar, cuando viaja de incógnito.
Con todo Colombia respondió al reto de la plaga. Como las cifras son producto de muchas fuentes mal o bien, se corresponden. Y los centros de salud han mostrado eficiencia. Los mandatarios regionales -gobernadores y alcaldes- le han arrebatado al gobierno central la iniciativa y este ha tenido que ceder a sus postergaciones iniciales que tanto daño hicieron.
Al menos las estadísticas no han sido adulteradas como bajo la dictadura de Ortega en la que el número de muertes por la pandemia no guardaba la proporción universal con el número tan bajo revelado de infectados. Al no dominar el arte de mentir con coherencia, el resto del planeta se enteró que por una extraña anomalía los nicaragüenses tendían a morir a una tasa de dos y tres veces más alta que el resto de los mortales. El caso de Nicaragua y de Venezuela es tanto más alarmante en cuanto sus habitantes están más dispuestos a salir que los turistas a llegar. Esos paraísos populistas han enseñado a sus pueblos que la palabra “liberación” tiene varios significados, algunos de los cuales son opuestos y contradictorios. Y en fin que los liberadores suelen hundir los puentes que han tendido una vez que los han atravesado. Eso también nos ayuda a predecir el pasado.