Los resultados electorales del 13 de marzo marcaron el inicio de una competencia por la presidencia que obedecerá a visiones, estrategias y propuestas que correspondan mejor a las exigencias ciudadanas y a las realidades políticas del hemisferio del que hacemos parte. La menguada participación, inferior al 50%, tanto para las consultas como para la composición del Congreso, debe propiciar nuevos mensajes y enfoques que correspondan a las urgencias que nos acosan en lo doméstico y a las exigencias que nos imponen las realidades que se expresan en el vecindario y nos circundan como nación.
En la campaña que empieza resultará imposible desconocer el cambio de era que asoma, que se acompaña del degaste de las instituciones, de la pérdida de credibilidad de formulaciones políticas y sociales percibidas como insuficientes para afrontar los retos del presente, todo acompasado de una revolución tecnológica que modifica sustancialmente el conjunto de las relaciones humanas en la inmensa particularidad de sus expresiones, que reclaman y exigen más fecundos conceptos, y marcos de organización y vivencias todavía encasillados en las estructuras mentales y políticas que paulatinamente se derrumban. El mundo occidental al que pertenecemos es hoy teatro de diversidades culturales y raciales que se mezclan entre sí y dan vida a nuevas potencialidades, que en el caso de América Latina deben consolidarse después de cinco siglos de ejercicio. Colombia es el más diverso al albergar, como ningún otro, el conjunto racial y cultural de las regiones, caribe, andina, pacífica, llanera y amazónica que florece en la unidad de la nación.
No escapemos al designio de los tiempos y hagamos de la consolidación de la unidad en la diversidad cultural un punto neurálgico en el debate electoral, porque de su comprensión depende nuestro papel y futuro en el continente. Ella lleva implícita la construcción de un país más solidario que favorezca la inclusión de las regiones y comunidades, hoy desprovistas de los servicios e inversiones que demandan el desarrollo y de la vinculación de sus líderes a la orientación de los destinos nacionales.
El primer paso hacia la primera vuelta hace necesarios acuerdos que empezarán por la designación de las personas que integren las fórmulas vicepresidenciales, indicativas no solamente de los presuntos volúmenes electorales y de entendimientos programáticos, sino también de la interpretación de la visión de país que se ofrece en coyuntura incierta por los cambios que se suscitan en la vida de la nación y en el entorno del mundo al que pertenecemos. En ese ejercicio, inesperadamente, pero sabiamente, picó en punta Sergio Fajardo con el nombre de Luis Gilberto Murillo, legitimo vocero de la diversidad étnica y cultural del país, de las regiones olvidadas de Colombia, con experiencia de gobierno y reconocimiento internacional por sus desempeños en la academia estadounidense en MIT y en el tema ambiental que hoy angustia al mundo, y ampliamente conocido y respetado en los ámbitos políticos y congresionales de los Estados Unidos. El acierto produjo el renacer de una candidatura competitiva. Todo un reto para los contendores.