RICARDO EASTMAN DE LA CUESTA | El Nuevo Siglo
Martes, 20 de Septiembre de 2011

Siria ¿otra caída?
La  oposición siria se arma para derrocar a su tirano presidente Bashar Al Assad. Se dice que en la región no se consigue un fusil Kalashnikov, ni municiones. El pueblo quiere vengar a los más de 2.600 compatriotas muertos en la feroz represión gubernamental a las protestas ciudadanas. Es probable que pronto se pase de las manifestaciones pacíficas a un encuentro armado.
El Presidente es un oftalmólogo, quien en un principio ni siquiera deseaba asumir el poder, líder del partido socialista Baaz único permitido en el país, sucesor desde julio de 2000 de su padre Hafez, otro dictador árabe. De allí, que su feroz represión sea en cierto modo una sorpresa para propios y extraños, aunque desde tiempo atrás estuviera maculado por el asesinato de Rafik Hariri, el popular político que le hacia sombra en vida.
El hecho de que Al Assad mantenga la represión con un grupo seleccionado de sus fuerzas militares, comandado por su hermano menor, indica su desconfianza con el bloque militar completo, conformado por 300.000 hombres. El Presidente y su grupo elite pertenecen al ala Alauí del Islam, en un país donde el grueso de la población y del ejército es suní. Son las calladas y peligrosas divisiones dentro del mundo musulmán, que pueden salir a la luz en el momento en el cual las protestas sean tan grandes que Al Assad deba ordenarle a todo su ejército que ayude a reprimirlas.
Como en todas las historias de dictadores, es el ejército el que termina tumbándolos. Es la historia reciente de Egipto y de Libia. Ellos comienzan a declinar cuando sus ejércitos se dividen y una parte se pasa a la resistencia. En Damasco se afirma que ya hay contingentes apoyando a la oposición, enfrentados abiertamente a las tropas leales.
Si cae Al Assad se sucederá un cambio en la geopolítica regional, donde el Líbano vive un silencioso control sirio e Israel tiene a Damasco como uno de sus principales enemigos.
El mundo árabe está convulsionado. No quiere seguir bajo la égida de dictadores de treinta y más años, enriquecidos mientras sus pueblos viven en la miseria. No es, por ahora, un problema religioso. Es un asunto de dignidad y libertades que Occidente se afana por entender.
Es una cadena de mítines y desafíos al poder, que nadie calculó podrían sucederse en tan corto espacio de tiempo. Es el resultado también de las redes sociales, del ánimo juvenil por destronar a sus odiados gobernantes.
Nadie sabe dónde irá a parar la protesta generalizada de unos pueblos que daban la sensación de aceptar con humildad el mando “eterno” de unos cuantos. ¿Cuántos más caerán?
Nadie sabe si de aquí saldrán democracias plenas, siquiera incipientes. Siquiera remedos. O volverán otros militares a hacerse con el poder y la riqueza.