“Los algoritmos inundan la Red”
Ordenaron a un robot escribir un cuento. Así comenzó: “El valiente vaquero se sentó hambrientamente sobre su caballo…” Al no haber sentido hambre uso un modo adverbial cualquiera. Comunicó, pero no se expresó. El autor que pretenda en aras de la “objetividad” comunicar sin expresar lo que él o ella es, se parece al robot. Y el buen lector termina por descartarlo, ya conoce suficientes algoritmos sin subjetividad por ahí en la Red.
La admirable cibernética hará que otras inteligencias utilicen el idioma hasta hacerlo indiscernible del lenguaje humano de uso promedio. Pero por ahora aspectos más sutiles se le escapan. Tal como el humor (no el chiste), la poesía (no la versificación). Se hace lio con las metáforas, confunde el sentido de las parábolas. Es insensible al significado profundo de los Mitos, desconoce los sueños y la anagogía le resulta del todo imposible De suerte que las inteligencias no humanas nos han dado por contraste el relieve de nuestra propia conciencia. La reivindicación de la historia, el valor de las religiones, la singularidad del arte. La extrañeza esencial de lo humano. La capacidad de pensar a través del sentir. Y el asombro de poder decir que el dolor pasa, pasa, pero el haber sufrido no pasa jamás.
Cuando Shakespeare dice “Una rosa es una rosa, es una rosa”, entendemos que no se trata de una obviedad, ni una inútil verificación del principio de identidad, sino que es una invitación a subir por una escala ascendente. Eso no es fácil que lo capte un algoritmo. Y en general, creo, faltarán décadas antes de poder leer libros equivalentes a La Guerra y la Paz o Cien años de soledad, diseñados por una inteligencia artificial.
No hace mucho a un racionalista francés se le ocurrió en aras de la “razón ilustrada” traducir la Ilíada omitiendo la intervención de los dioses en la contienda, y como es natural le salió un pedo mental que fumigó a la editorial. Es difícil mejorar a Homero. Y es irracional.
En la Red a veces vemos, a prudente distancia, discusiones (de asuntos políticos, sobre todo), y luego los promotores calculan el número de opiniones. Ahí gana quien tiene la mayoría. Es decir, en suma, no gana nadie como suele ocurrir en toda discusión. Ocurre sin embargo que algunos de los participantes no son humanos. Son una suerte de cajones implantados en la Red que adelantan unas consignas con el objeto de darle determinado sesgo a algo o a alguien. A veces callan, o hacen que otros algoritmos apoyen su versión. Y el incauto humano, por serlo, suele salirse de sus casillas. Pero eso es como discutir con un jingle o refutar a un comercial. Aún no hay detectores fiables para descubrir a esos pseudo-humanoides que aparecen con nombres y fotos. En cualquier caso, lo mejor es no dejarse llevar. Recordar la sabia advertencia china que uno no debe discutir con un necio pues a la distancia nadie distinguirá quién es quién.