“Paz se diluye en una nueva violencia de rostros disímiles”
No cabe duda que la polarización que se instaló en Colombia como consecuencia del arbitrario desconocimiento del resultado del plebiscito con el que los colombianos rechazamos el acuerdo de Juan Manuel Santos con las Farc, sigue imperando en la controversia política, sin que se avizoren circunstancias que contribuyan a su atenuación. Por el contrario, tiñe de encendida irracionalidad decisiones y comportamientos políticos que no permiten treguas, ni acercamientos que favorezcan el retorno a la temperancia y la razón.
Las actitudes asumidas en relación con las pocas y razonables objeciones a ley estatutaria de la JEP, la decisión del liberalismo, Cambio Radical y la U para obstaculizar toda iniciativa gubernamental por motivos difusos e imprecisas razones, y la reacción a la decisión del Consejo de Estado de decretar la nulidad de la elección de Antanas Mockus, interpretada por el centro izquierda, con la honrosa excepción del afectado, como una violación a la pretendida inmunidad judicial que ellos reclaman, resultan claras manifestaciones de la afectación que hoy padece la política colombiana. Se favorecen así habilidades fundadas en mentiras, o cuando menos, medias verdades, que hacen del ejercicio de la política un cuadrilátero de malas prácticas y de apasionada intolerancia que los medios de comunicación exacerban sin vergüenza alguna.
En ese contexto la anhelada paz se diluye en una nueva violencia de rostros disímiles, pero destrezas comunes, que reviven el desplazamiento y reclutamiento forzados, la extorsión, el asesinato selectivo, el narcotráfico y la perturbadora angustia que somos un país condenado a la violencia. Solo importa la demolición del gobierno, que en estas condiciones es también la del régimen y de sus instituciones. Es la estrategia del todo vale que se anida en la mente de los que ejercen la combinación de todas las formas de lucha. La minga fue una primeriza manifestación de esa política que se replicará a lo largo del año.
En ejercicio de esa táctica, hoy acuden al escenario internacional para valerse de la pérdida de credibilidad de los organismos internacionales y del sesgo ideológico que caracteriza a varios de ellos. Al Consejo de Seguridad de la ONU, que ha fracasado en su misión de mantener la paz en el mundo y que encuentra en el acuerdo de paz con las Farc una eventual tabla de salvación a su inoperancia, y a la Cidh de la OEA, porque allí hallan solidaridad ideológica en la mayoría de los actuales comisionados.
El gobierno debe desarrollar una firme y sostenida acción diplomática ante el Consejo de Seguridad de la ONU y en la Asamblea General de la OEA, en Medellín, para asegurar la colaboración equilibrada e imparcial de esos organismos en la consolidación de la paz y el fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas.