El anuncio de la postulación del general Naranjo al cargo de Vicepresidente de la República marca el inicio de una serie de decisiones que determinarán el escenario de la elección presidencial, no solamente por las funciones que le serán asignadas, de ser elegido, sino también porque liberará tempranamente a Vargas Lleras de todas las ataduras que constriñen al funcionario público.
El general tendrá que lidiar con la improvisación que ha caracterizado las primeras acciones de implementación del acuerdo de paz en las tareas de la desmovilización y desarme de las unidades guerrilleras, en medio de la escasez de recursos del Estado y de una creciente amenaza de violencia provocada por el ELN y las bacrim que comienzan a copar los espacios que fueron de las Farc. El general es soldado avisado y posiblemente evite verse solo en ese laberinto y a cargo de titánicas tareas que necesitan apoyo financiero, planeación estratégica, fijación de prioridades y orden en su ejecución, y de cuya realización dependerán la integración y posibilidades de una opción continuista. Su acción se verá impactada por la conformación, funcionamiento y credibilidad de la Justicia Especial para la Paz, de su capacidad para impartir justicia sin impunidad, y desvanecer las sospechas que recaen sobre su imparcialidad. Tendrá que navegar en aguas procelosas de la mano de un timonel que ha perdido confianza y credibilidad en la opinión pública, así como capacidad para avizorar el puerto seguro.
La renuncia de Vargas Lleras alborotará el avispero, precipitará dimisiones y postulaciones de quienes le propinarán fuego amigo, y también acciones de los que lo confrontarán para que no se sustraiga a sus responsabilidades y solidaridades con el gobierno que abandona. Tendrá vientos tormentosos y mares agitados. Su mal disimulada ambivalencia frente al Gobierno y al proceso de paz le dificultará los apoyos del poder, sin granjearle respaldo de sus críticos, y mucho menos benevolencia de una opinión insatisfecha con la política y los políticos, hastiada de la corrupción rampante, de la desatención de sus necesidades y preocupada por el declive de los principios y valores que deben regir la vida en comunidad.
No serán las acciones propias de la mecánica política las que elegirán al próximo presidente, sino la capacidad de responder a la voluntad de restauración moral, social, política y económica que anima a los ciudadanos. En el país crece la convicción de un nuevo rumbo. El que tenga la capacidad de leer con acierto ese sentimiento y de definir con claridad el camino y los instrumentos para lograrlo, alcanzará la victoria y la responsabilidad de conducir la renovación nacional