“Un sector del gobierno desea revivir el body count”
La revista “Semana”, en otra época, hizo revelaciones de la práctica del régimen de Uribe, de asesinar reclutas, disfrazarlos de guerrilleros y cobrar por sus cadáveres. Genocidio de Estado, llamado en Colombia con el eufemismo castrense de “falsos positivos”, y que en la guerra sucia de Vietnam se conoció como body count.
El peor crimen de nuestra historia no exenta de infamias. Ese tráfico de cadáveres involucró, según Semana, a la mayoría de las brigadas del país. Las cifras oficiales que ponderaron esa “eficiencia” nunca se desmintieron. Los más de tres mil asesinados continuaron figurando como “terroristas dados de baja en acción”, gracias al diligente régimen.
El crucial aporte de esa revista revelando ese holocausto no se olvidará.
La cuestión es en el fondo la razón de ser del Estado de Derecho. Si el soldado pudiendo arrestar al enemigo, tiene órdenes de preferir darle muerte, como juez y verdugo. Si puede tratar a un ciudadano como si este fuera un alienígena invasor. En fin, si en Colombia es lícito imponer la pena de muerte a trasmano y sin consulta alguna. Esto último está sin resolver en el imaginario del actual presidente. En su sesera, Colombia carece de conflicto interior. Ni lo hay, ni lo ha habido, ni lo va a haber, como decía la soñolienta administración Abadía de la matanza de las bananeras en Cien años de Soledad. Y hay otras similitudes.
A finales de los años 90, Daniel Coronell pasó del diario El Nuevo Siglo a colaborar con la revista Semana. Es uno de los mejores investigadores periodísticos de Colombia, lo respalda un buen equipo en esa, la verdad, costosa tarea.
Durante el régimen de Uribe, un amigo del presidente le amenazó a su pequeña hija, debieron huir.
Coronell siguió enfrentado a las diversas demandas judiciales de sus malquerientes, falladas a su favor, por cierto.
Es evidente que un sector del gobierno Duque desea revivir el “body count”, resulta que la revista que ayer los denunció prefiere, según Coronell, no divulgar noticias al respecto. Si el tono de Coronell fue destemplado, y lo fue, su despido no es un acierto de tolerancia jerárquica. Estropea todo el decorado del mundo de las comunicaciones, su razón de ser, mucho más que una falta de tino del articulista. Diversos diarios del mundo se preguntan por qué lo hacen. El lector hace lo propio. Y la destitución agrava la duda. Máxime ahora cuando la revista no está en su mejor momento, su calidad lleva meses en declive. Y no existen publicaciones lúcidas, sino redomadamente mediocres, en oposición al establecimiento que preside el soñoliento Abadía-Duque.
Colombia está en el tercer gobierno de Uribe con mano ajena, cuando la práctica asesina se reinventa con muchos gongorismos suavizantes. Sobra decir que Coronell como todo columnista, es prescindible. En este caso pierden los lectores y él. Pero en cuanto a credibilidad Semana quedará como en la célebre letra del canto vallenato, “con un vacío que no hay como llenarlo”.