La falta del aparato de la justicia es el problema por excelencia y hiere lo bueno que sí funciona bien en Colombia. Su reforma, fracasada fue además una radiografía en caricatura, de la dinastía democrática, la contradicción en términos, en la que estamos subsumidos. Pasaron la ley de reforma, un verdadero espanto, un delfín dinástico la firmó. Y al otro día reconoció no haberla leído… Tuvieron que hacer toda clase de componendas para echarla atrás y al delfín en premio luego ¡lo nombraron como director de planeación nacional!
Las encuestas señalan que la aceptación de ese aparato que se llama justicia tiene un rechazo mayor que el de las Farc.
Ahora se comprueba que numerosos magistrados habían creado una suerte de carrusel para traficar con los fallos y favorecer a políticos con nexos con el narco-tráfico, el paramilitarismo o el cohecho. Al punto que el candidato del establecimiento, de otra dinastía, optó por no inscribirse con el grupo de “Cambio Radical” no por ser eso un oxímoron, sino porque ese grupo, que él dirige, era más conocido como una asociación para delinquir que por promover cambio alguno. La palabra “anticorrupción” se ha vuelto un chiste desde que el Fiscal general de la nación nombró a un zar “anticorrupción” a quien descubrieron en Estados Unidos, y que era un calanchín entre esos magistrados y su negocio. Están prostituyendo el lenguaje, sin el cual no podemos distinguir bien los objetos, ni pensar.
Cuando el honesto y eficiente superintendente Robledo sancionó a los especuladores del arroz, lo celebramos. Cuando sancionó al cartel de los cuadernos escolares que cuestan aquí el doble que en Londres, lo celebramos. Y otro tanto hizo con los negociantes de azúcar. Pero hasta hoy no ha bajado sustantivamente el precio de los cuadernos, ni el del arroz… Lo que funciona no logra menguar la mala imagen del resto.
Si se observa bien, la justica nos está llegando ¡de afuera! Así ocurrió con el caso Odebrecht, o el de la fiscalía que ha quedado lesionada.
En el índice internacional de transparencia de las Américas, Canadá ocupa el mejor lugar con 82 puntos. Y Venezuela el último con 17, Haití tiene 20. Cuba 47. Colombia tiene 37 puntos. Este informe se publicó antes de las últimas revelaciones de la mafia de las cortes de justicia. Sus índices no revelan el grado real de la corrupción, lo cual es poco menos que imposible, sino la percepción de ésta ante propios y extraños. El observador Gerald Barr publicó en “The Bogotá Post” un atinado articulo comparativo.
Estas próximas elecciones, creo, giraran en torno a la reforma de la justicia y al de la paz. Los candidatos que sean creíbles en cuanto a moralidad pública. Y los que defiendan el difícil proceso de paz, frente a los que pretenden volver a la guerra indefinida arguyendo con propiedad incisos, en un país de leguleyos en la que la Constitución puede ser birlada con “articulitos” cuando algún caudillo así lo quiere.