Pandemia y guerra atómica eran impensables en el nuevo siglo de las luces, el siglo XXI. El “atreverse a conocer” del que se hablaba en la época de la Ilustración era el reto para el Homo Deus que postulara Harari, el profeta fallido de nuestro tiempo. De pronto, surge de las entrañas de la China milenaria un virus dinámico, el SarsCov-2, que hasta hoy ha causado más de 4.300.000 muertes. El homo sapiens responde y crea rápidamente la vacuna que ha hecho renacer la esperanza en nuestro futuro. Sin embargo, a 130 países no han llegado las vacunas: el acaparamiento de los antígenos por los dueños del dinero es de una indolencia criminal.
Tan criminal como la invasión de Rusia a Ucrania. Bucha es un nombre ya inscrito en la lista de la infamia humana, y confirma que la mentalidad totalitaria no cambia ni sus objetivos ni sus métodos. Cada día estamos más cerca de las bombas atómicas, pues el fracaso de la diplomacia y el fracaso de las medidas económicas contra la Rusia de Putin han colocado al mundo en una sin salida. ¿Hasta cuándo puede resistir Ucrania la invasión de un ejército superior? Desde su heroicidad Volodímir Zelenski clama por más ayuda militar, con todo lo que eso implica.
¿Va dejar Europa que caiga Ucrania como cayó la península de Crimea en el 2014? ¿Se detendrá Rusia después que “libere”, según sus palabras, a Donetsk y Lugansk? ¿Se atreverá Estados Unidos a meterse de lleno en esa guerra o le exigirá a China que haga desistir a Putin de sus pretensiones imperiales?
Los anteriores y muchos más interrogantes van surgiendo frente a los retos que debe responder un Occidente tan sorprendido como impotente y cauto. ¿Demasiado cauto?
La incertidumbre intensa del momento se alimenta todavía más por la inflación que está llevando al mundo hacia desempleos y hambrunas que nadie sabe cómo encarar. Con razón, hay economistas decepcionados con “esa ciencia que no responde nada”.
La verdad es que esa misma sensación deben tener los ministros de Hacienda, quienes se preparaban para impulsar la reactivación cuando sus Bancos Centrales tienen que ponerle freno.
Es un círculo diabólico de nefastas consecuencias sociales y políticas. Es lo que Ricardo Ávila llama “una confluencia inesperada de eventos que no pueden tomarse a la ligera”.
Estamos viviendo la paradoja dramática de utilizar los dineros destinados a aliviar el cambio climático, que amenaza la vida humana en el planeta tierra, a comprar armas y más tecnología para la guerra, cuyas nubes atómicas pueden destruir la vida humana.
Y, don Petróleo, con despedida prevista a 30 años, vuelve a enseñorearse en el reino de la economía. En nuestro país, los 750.000 barriles que ahora producimos diariamente, pueden ayudar a enmendar el hambre y el desempleo que la pandemia con inflación incluida, acrecentó y está acrecentando. Es el momento de atreverse a tomar medidas que lleguen a la gente, que la gente vea que les llega algo más de plata para comprar el mercado y pueda encontrar empleo.
O paramos la inflación y el hambre consiguiente o la democracia colombiana se pone la soga al cuello. El gobierno de democrático tiene que remangarse los pantalones y caminar en el barro al lado de los que más lo necesitan, para que el pueblo no siga creyendo que el populismo es el gobierno de los pobres y la democracia es el gobierno de los ricos.