La apuesta por proteger las instituciones liderada por distintos sectores políticos e ideológicos del país frente a las amenazas generadas por un peligro llamado Gustavo, parece, hasta ahora, haber servido para algo. En los últimos días, y tras la marcha multitudinaria del 6 de marzo, que movilizó a miles y miles de colombianos alrededor de la idea de respaldar desde la ciudadanía al Estado de Derecho y la democracia en Colombia, el presidente Petro parece haber sufrido graves golpes en dos de sus objetivos más urgentes.
Por un lado, no logró presionar a la Corte para que la candidata de su preferencia, Amelia Pérez, fuera escogida como Fiscal General de la Nación y en cambio tuvo que conformarse con que eligiera a Luz Adriana Camargo, la candidata que, aunque ternada por él, se ha distanciado de los afectos del presidente, por su “tono conciliador. Adicional a esta desilusión, Petro también tuvo que lidiar con el hecho de que el martes pasado, en la Comisión séptima del Senado, la senadora del partido de la U, Norma Hurtado, firmara la ponencia de archivo a la reforma a la salud, quedando en el ambiente la sensación de estar en aparentes condiciones de tener los votos suficientes para hundir el cuestionado proyecto de reforma. Así las cosas, pareciera entonces que la institucionalidad colombiana tuviese motivos para celebrar, pero, como dicen los gringos “I have news for you”: No nos equivoquemos y mucho menos cantemos victoria.
Gustavo Petro en el poder sigue siendo un peligro para la institucionalidad colombiana (no importa cuándo lean esto). Su capacidad de crecerse en el conflicto y de victimización perpetua son la fórmula magistral para generar un escenario favorable a sus intereses. Su apuesta por vulnerar la democracia está más viva que nunca. En tal sentido, la ya debilitada favorabilidad, así como la incapacidad de doblarle el brazo a quiénes, hasta ahora, nos han servido de bastión, solo oxigenan su narrativa de que en este país hay unos poderes tan anquilosados que pretenden imposibilitar cualquier opción de cambio. Pero es ahí cuando aparece con total magnanimidad como el “salvador” que, pese a ser una víctima más del sistema, seguirá luchando frente a la dificultad hasta lograrlo, aunque eso suponga una transgresión necesaria y que “seguro entenderemos más adelante” de ciertas líneas rojas. (Entiéndase por líneas rojas, la Constitución y la ley)
Nos enfrentamos entonces a un peligro con ínfulas mesiánicas llamado Gustavo. Un peligro latente, inmanente, persistente. Un peligro que no descansará en su objetivo de vulnerar cada uno de los límites constitucionales que le representen un obstáculo, hasta lograr su cometido que es controlar, tanto y de forma tan permanente como pueda, el poder en Colombia. Tal control no es al estilo chavista -en cabeza propia-, en esa lectura nos hemos equivocado. Su pretensión de control está mejor encarnada por el modelo kirchnerista, es decir: gobierna mi gente y en mis condiciones o hago de este país un lugar ingobernable.
Gustavo, y otra vez usando un anglicismo, ha encarnado una máxima: “My way or the highway”. Y así, sin intentar conciliar nada en la práctica, sigue concentrado en su propósito de erosionar este país para hacerlo inmanejable, en un ataque frontal contra las instituciones: primero las jurídico políticas y luego las orgánicas o sociohistóricas, dándole la estocada final a la base de nuestra estabilidad y funcionalidad como país. ¿Su estrategia? Herir la economía, debilitar la seguridad, implosionar el sistema de salud, hacer de la victimización internacional su modus vivendi, y la cereza del pastel: fortalecer de forma desmedida el empleo público para crear una masa de incautos dependientes estatales que incendien las calles y lo sostengan perpetuamente.
No nos confiemos. Tenemos que seguir alertas. Aquí nada se ha ganado. Como muchos dicen “la política es dinámica” y nuestro Congreso si de algo sabe es de reinventarse para acomodarse. Gustavo tiene paciencia y es persistente. Gustavo no teme al peligro o al caos, él se crece en el peligro y el caos… Él es el peligro y el caos.