Tiene menos de veinte y un años, la actual peste la marcó. A diferencia de las anteriores tiene la razón desde su origen en su rechazo a la destrucción de la vida planetaria. Mientras las generaciones previas iniciaron con propuestas “liberadoras” que el tiempo demostró quiméricas. La otra diferencia, claro está, es que ella tendrá tiempo para imponer sus criterios. Las generaciones que nos estamos yendo haríamos bien en tratar de traducir lo que dicen, lo que sienten, lo que expresan. Y expresan más de lo que comunican pues la escritura aun no es su fuerte. Intento esa traducción.
Para ella, nosotros forjados por la televisión, somos furiosas ovejas del insomnio que pastan el melodrama de la víspera, como animales sin esperanza. Que las últimas generaciones levantaron la casa a la orilla del abismo para labrar en piedra, su cama de una noche. Pero que esa casa es de todos y la dejamos en llamas. Les parece que esa mala ingeniería se debe a que hemos adorado a varios falsos ídolos: el progreso indefinido de un híbrido asesino, ese fetiche compuesto de codicia y técnica. Y ahora cuando llega la peste el planeta parece decir “este es el día sin futuro que esperé hasta hoy.”
La fe, no en la ciencia ni en la razón, sino en un cientifismo en el que las tres partes de los científicos del mundo son pagados por firmas militares. Cuando estos ya poseen la capacidad atómica de destruir varias veces a un planeta mayor que la tierra, pero siguen en tan altruista brega… La fe en haber creído en esos embaucadores cientistas que nos previenen como un mantra contra el “oscurantismo medieval” (cuya historia minuciosamente desconocen) pero no dicen ni mu sobre ese peligroso exabrupto. Lo que significa la servidumbre del cúmulo del conocimiento científico al servicio de un engranaje destructor. Les repugna la callosidad moral de ese detalle.
Ese cientifismo primero soviético y ahora a veces norte americano, pretende borrar las memorias antiguas de la humanidad e imponer en aras de la “razón” un rasero castrador que solo respeta los últimos dos siglos. A pesar precisamente de la ciencia misma que muestra las limitaciones del ya anacrónico positivismo. La generación Covid-19 busca una armonía de la técnica con la ética y con el arte, es hipersensible al arte, a la estética, capaz de poseer el universo sin convertirlo en un desierto. Les parece que la servidumbre al Estado del Capital o al del llamado Estado de los Trabajadores, requirió amansar ovejas para servir engranajes inhumanos.
Su propósito de vida no está puesto en una revolución que cambie unos amos por otros. No pretende cambiar la baraja sino cambiar el juego. Les parece que uno no estudia para los títulos sino para la vida. Que uno no tiene ocio para trabajar más, sino que se trabaja para tener ocio como lo soñaron los griegos. Y que sin eso, se promoverá al peligroso necio con iniciativa. Eso expresan.