Un mejor entendimiento del proceso electoral colombiano debe comprender un examen de las variables sociales, culturales y políticas que hoy se expresan y que influyen en las decisiones electorales de los países. Pareciera que vivimos una era de transición que paradójicamente ha favorecido el resurgimiento de formulaciones políticas que considerábamos superadas en vez de estimular expresiones que correspondan a nuevos parámetros culturales y que exigen renovadas concepciones de la vida en sociedad.
Esa dicotomía siembra la natural incertidumbre que se esparce por el mundo y que se expresa en el inconformismo generalizado de las instituciones estatales que parecen sin respuestas a los desafíos que se confrontan. Nadie parece escapar a ese flagelo, ni las potencias orbitales en competencia por la preeminencia, ni sus aliados, ni mucho menos los países comprendidos en sus zonas de influencia, como si estuviéramos todos condenados a la impotencia.
En Colombia se pretende la polarización entre una estatización que reviva el nefasto centralismo burocrático, anclada en el desmentido axioma del advenimiento inevitable del socialismo y resistida desde la orilla opuesta con la búsqueda de capacidades propositivas y renovadoras, a las que poco aporta la etérea pesquisa de un centro de ignotas coordenadas. Se nos quiere imponer la percepción de que el capitalismo, no solamente es en sí mismo injusto, sino también ineficaz, por lo que debe ser sustituido por la acción del Estado en la repartición de los recursos colectivos. Proclama el regreso al centralismo burocrático que pauperizó y derrumbó a la Unión Soviética y a sus estados satélites, y esclavizó a los ciudadanos de los países que en Asia, África y América se refugiaron en el despotismo para asegurar una triste supervivencia. Esa es la careta del progresismo que pregona que sin la izquierda no hay salvación y que ni siquiera con audiencia papal logra esconder su directa filiación con la utopía que se derrumbó con el Muro de Berlín en el año 89 del siglo pasado.
Las coaliciones de Centro Esperanza y Equipo Colombia lograron evaporar su competitividad. A la primera, con un líder que se dedicó a jugar siempre en posición de fuera de lugar, se suma el retiro de Juan Fernando Cristo de la consulta; la segunda, prefirió vetar a sumar, sin suplir su orfandad de proposición con bandera distinta a la autovaloración de sus gestiones locales. Con ello, concentraron el impacto político en la votación de la consulta del Pacto Histórico.
En contraste, las candidaturas que apuntan a la primera vuelta conjugan creatividad con representatividad y audiencia de sectores sociales diversos, más inclinados a construir país que a repetir fracasos. Rodolfo Hernández, Luis Gilberto Murillo y Oscar Iván Zuluaga, suman sectores distintos con potencialidades electorales y aspiraciones legítimas que no entrañan amenazas para nadie y son conscientes de la oportunidad de un país renovado, visión compartida por Salvación Nacional y Colombia Justa y Libres. Albergan una mayoría nacional a la que tienen que responder con unidad y determinación en la instancia decisoria si queremos asegurar el destino de Colombia en el mundo que se anuncia.