El balance de las sesiones ordinarias del Congreso dejó seguramente un sabor amargo en la Casa de Nariño. Los tiempos de la obsecuente sumisión del Congreso han terminado y no volverán. Como tampoco volverá a sentirse la desvergonzada actitud de los magistrados salientes de la Corte Constitucional que convalidaron la violación descarada de la Carta Política, cuya integridad se les había confiado, para complacer al Nobel presidente que se creyó autorizado para derribar los obstáculos que se interponían a sus afanes dictatoriales. Tiempos idos que dejan a un gobernante huérfano de gobernabilidad y repudiado por la inmensa mayoría de sus conciudadanos.
Sin embargo, esa desolada realidad no ha logrado detener el uso y abuso de artimañas para revivir los proyectos legislativos que por su evidente inconveniencia recibieron cristiana sepultura en el Congreso, unas veces recurriendo a la amenaza de los estados de excepción, otras, promoviendo decisiones de tutela proferidas por jueza que todos quisiéramos ignorante para no dudar de su sano juicio. En los estertores de su desesperación, el mandatario obliga a su bisoño Ministro del Interior a toda clase de piruetas jurídicas, con evidente pérdida para este joven político del perfil que había logrado construir años atrás en el parlamento. Una víctima más del malhadado acuerdo de paz.
El proyecto de ley que creaba 16 nuevas circunscripciones, supuestamente para asegurar representación de las víctimas en el Congreso, se hundió en el Senado y desató la furia de la Farc y de todos sus aliados, ya sin necesidad de ocultar su condición. Para nadie era un secreto que esas circunscripciones diseñadas para comprender territorios desamparados por el Estado, pletóricos de cultivos ilícitos y largamente sometidos a la ley fariana, serían generoso botín concedido a las Farc para incrementar a bajo costo y trabajo la representación parlamentaria que se le regaló en el acuerdo de paz. Duro golpe para los designios de los comandantes farianos que han venido avanzando en el propósito de imponer su régimen político de la mano de quienes abdicaron, apoyando o firmando el acuerdo de paz, y que hoy fungen como candidatos presidenciales para completar la tarea de entrega de las instituciones y libertades democráticas.
Por ello, la decisión ciudadana en la elección presidencial fijará el derrotero del país en los próximos decenios y determinará el diseño y la naturaleza de nuestras instituciones. Las fuerzas políticas tienden a polarizarse, unas a la izquierda del espectro con Petro, de la Calle y hasta Fajardo de la mano de Robledo y de Iván Cepeda, y otra a la derecha, con Alejandro Ordóñez, Marta Lucía Ramírez e Iván Duque, que atendiendo el llamado del exprocurador llegará unida para vencer.