El libro ¡Vamos!, que Luis Alberto Moreno presentó el domingo pasado en la FILBo, llega en un momento crucial para Colombia y América Latina. A pesar del optimismo propio del autor, late en sus páginas una informada decepción con el liderazgo actual en la región. Desde su privilegiado observatorio de presidente del BID por quince años, va como tomando conciencia de las dificultades para concretar los cambios que permitan el ascenso humano del pueblo latinoamericano.
Todas las cifras son estremecedoras: desigualdad, pobreza, salud, escolaridad, desempleo, etc. “Esas son las dinámicas corrosivas de una sociedad con la mayor brecha del mundo entre ricos y pobres” (¡Vamos! Penguin Random House, página 27).
Unos de los temas que con agudeza plantea Moreno es la urgencia de un cambio de mentalidad. A propósito, en los primeros días del gobierno Duque un destacado empresario le pidió a un experto que estudiara la reacción frente a una probable decisión gremial de ofrecer un punto más del salario mínimo que fijara el gobierno. Semanas después le pregunté al experto si había analizado el tema: “los agentes económicos no se comportan contra sus intereses”, me respondió. Y, hasta ahí llegó la idea.
Es cierto, como lo anota Moreno, que en la década de 1970 la región era dominada por dictadores y juntas militares. El haber superado esos momentos tan complejos y vivir las amenazas de ahora, reflejan como la idea de Democracia oscila entre lo que es, lo que debe ser y lo que pretendemos que sea. Más allá de los ideologismos que perturban el razonamiento, lo que necesitamos es una Democracia eficaz que emprenda la tarea de hacer compatibles los derechos sociales con los derechos políticos.
A pesar de los males de nuestra sociedad que acrecentó la pandemia, hay que registrar que la acciones antipandemia hicieron caer en la cuenta a los tecnócratas que el Estado podía llegar con soluciones a los más vulnerables. Y, los más vulnerables se dieran cuenta, a su vez, que el Estado podía llegar hasta ellos. Se ha producido entre el Estado y la gente una nueva y esperanzadora dinámica social que hay que administrar con probidad, audacia y responsabilidad.
No participo del criterio economicista según el cual la reducción de la pobreza no disminuye la desigualdad. Menos pobreza implica más salud, más educación, más salario, más oportunidades. Y ese es el camino hacia el ascenso. Suscribo la afirmación de Ernesto Blanco: “La política pública menos traumática es aquella donde TODOS aumentan su ingreso y riqueza, pero los pobres la hacen en mayor proporción”. Es decir, el crecimiento económico, como lo demuestran recientes estudios citados por L.A. Moreno.
Quienes aún protestan contra los subsidios deben leer las cifras que el DANE publicó el martes pasado. La pobreza monetaria se redujo en 3.2 puntos porcentuales entre 2020 y 2021 y el índice Gini pasó del 0.544 al 0.523, en los mismos años. Si se pudiera medir los efectos por subsidio, apostaría por los logros de Ingreso Solidario, una variable pragmática de la Renta Básica Universal.
Frente a las incertidumbres del presente Moreno nos dice que: “…la elección es clara. Podemos rendirnos o podemos dedicarnos a reinventar América Latina donde el cambio sea más necesario y asegurarnos de que lo que surja de este terrible momento sea mejor que lo que teníamos antes”. Estas palabras resumen el desafiante optimismo de Luis Alberto Moreno, un colombiano admirable, cuya mención a las luchas solitarias de su señora madre nos conmueve y emociona. ¡Sin duda la culpa no la tuvo la pelota de golf!