Uruguay y Venezuela son antípodas. Sus iconos, ambos de izquierda, son el querible filósofo popular, José Mújica y Nicolás Maduro. Los dos países han sido gobernados desde principios de siglo por la izquierda. Ambos han proclamado su devoción por superar la exclusión social y combatir la pobreza, ambos proclaman la autonomía nacional. Pero el resultado es bien disímil.
Uruguay rompió su dependencia de Brasil y Argentina. Desapareció la indigencia y redujo el índice de pobreza a menos del 9%. Sin petróleo, sin cobre, se apuntaló con soja, ganado y turismo, renegoció la deuda con el Fondo Monetario Internacional, luego de ser el segundo país más endeudado del mundo en el 2005. Con solo 3,3 millones de habitantes, ¡produce alimento para 60 millones de personas!, respeta los derechos humanos y la libertad de pensamiento.
La fórmula uruguaya la sintetizó con orgullo su veterano ministro de Hacienda y luego vicepresidente Danilo Astori, de 77 años: “El orden macroeconómico es imprescindible, sin él no hay transformación. Tiene que existir consistencia entre la política monetaria, cambiaria, fiscal y de ingresos. Ninguna transformación se ha logrado en el mundo, que yo conozca, que haya triunfado en medio del desorden.”
Uruguay aprovechó el auge de materias primas de principios de siglo, sin caer en las reelecciones presidenciales en las que incurrieron Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Colombia, países que confundieron ese auge internacional con la genialidad de sus mandatarios locales.
En Uruguay, lo destaca bien el diario El País, hay shoopings pero sin lujos tipo Armani o Chanel. La burocracia y el ejército están contenidos en sus ambiciones. La corrupción es bastante menor a la de sus vecinos, ateniéndose a las normas de transparencia fiscal y de información propuestas por la OCDE.
El caso Venezuela sirve de contraste. No produce suficiente para siquiera alimentar a los suyos, siendo cinco veces más extenso que el Uruguay.
Uno de los países con más reservas petroleras del mundo, tiene un sector dirigente que en casi un siglo ha sido incapaz de convertir ese fabuloso recurso en apuntalar la industria y el agro, han fracasado en eso de “sembrar el petróleo”.
La justa propuesta chavista de acabar la pobreza, naufragó al no fraguar el orden macro económico que respetó Uruguay. Defienden su fracaso fortaleciendo una casta castrense corrupta de dos mil generales efectivos, diez veces más que el promedio mundial, que controlan los recursos productivos del Estado, y once militares son ministros.
Sin autonomía del banco central, el ejecutivo emite a su antojo, empobreciendo a empleados y arruinando a los pensionados. Quebrando al sector productivo. El gobierno no da datos sobre la escala salarial de los generales.
Mientras en el siglo pasado Venezuela mantenía un ingreso per cápita alto, ahora es varias veces menor al del Uruguay. El salario mínimo bajo el chavismo es de 20 dólares al mes, el colombiano es de 280 dólares. Mientras los generales pelechan, los profesores universitarios, incluso los jubilados, hoy buscan otras maneras para subsistir.