Columnistas | El Nuevo Siglo

 

Escribir en la universidad

 

Como muchos, he seguido con atención la discusión suscitada por la renuncia de un profesor de una universidad privada debido a que sus estudiantes no sabían escribir.

 

La ciudad colapsó

 

La colonia fundada por don Gonzalo Jiménez de Quesada, enclavada en el corazón de los Andes en el centro de Colombia, la vieja Atenas Suramericana, sufre hoy la peor crisis de su historia como ciudad. Ciertamente ha decuplicado su población en los últimos sesenta años, mayormente por la inmigración, porque los nacidos aquí de padres bogotanos son una minoría y los alcaldes bogotanos en las últimas décadas son muy pocos.

 

Sin monarcas

 

La idea de constituir Empresas Públicas de Bogotá, integrando las de Energía (EEB), Telecomunicaciones (ETB) y Acueducto y Alcantarillado (EAAB), podría verse como mandato ciudadano confirmado en la elección de Gustavo Petro.

 

¡Dios perdona, la naturaleza no!

 

Crece la emergencia en el país y las gentes del común se desesperan, se indignan, se deprimen. Eso es lógico y más que justo.

Sin duda hay que aceptar que la naturaleza por lo común es incontrolable. Sólo ilusos y soñadores han dado paso a la retórica de que es fácil luchar contra ella. Para ganarle a la naturaleza se requiere de inteligencia, honradez y capacidad de entenderla en un diálogo franco.

 

¿Celac qué?

 

A pesar de tanto achaque, el presidente Chávez (y sus acólitos) deben estar muertos de la dicha.

Tras varios años de lucha han logrado el objetivo internacional perfecto: montar una macro organización internacional que, de acuerdo con su imaginario político, pone al reencarnado cada vez más cerca de lograr lo que Bolívar nunca pudo.

La muerte de la conversación

Llegó por la red este anónimo:

Acabo de leer en Internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos les decomisan a los clientes sus teléfonos celulares. Según la nota, se trata de una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los ringtones interrumpan, ni los comensales den vueltas como gatos entre las mesas mientras hablan a gritos.